Tiki había vivido encadenada durante años. Delgada, olvidada y herida, no tuvo acceso ni a lo más básico durante días. No ladró. No suplicó. Simplemente esperó, y parecía que ella misma había perdido la esperanza.
Cuando la encontraron, era la viva imagen del abandono. Una pierna rota, costillas claramente visibles a través de la piel y ojos que no miraban; suplicaron más, en silencio y con cansancio.
Sin embargo, el destino cambió. La rescataron, la desataron, la atendieron y la llevaron a casa por primera vez, donde la esperaban una cama, agua, silencio y una mano amable. Tiki no pidió nada más.
Sólo para que alguien la viera, para que alguien la acogiera. Y ahora, cada día, demuestra cuánto amor puede dar una criatura abandonada cuando alguien finalmente la acepta.
Este es su segundo comienzo. Mira cómo luce hoy.